¡Hola bombones! Bueno, tengo dos noticias que anunciaros, y la segunda os gustará, supongo.
La primera es que este capítulo ya estaba hecho desde hace tiempo, pero lo he cambiado mucho porque en verdad no me gusta, simplemente lo he publicado porque me lo pedíais y me sabía mal haceros esperar tanto. He estado trabajando bastante en él pero sigue sin convencerme, así que si hay fallos o no os gusta, lo siento de veras.
La segunda (y la más guay) es que a partir de ahora intentaré publicar un capítulo cada semana. Eso no quiere decir que si, por ejemplo, publico un capítulo el domingo, publicaré el siguiente el lunes, pero intentaré que lo máximo sea un periodo de siete días entre publicación y publicación.
Y bueno, aquí os dejo con el siguiente capítulo, que lo disfrutéis!
Los últimos retoques para que Alex me vea divina.
Estoy frente al espejo del tocador de Elena. Un poco de colorete, me remuevo el pelo … lista. Me levanto y me pongo las sandalias que me compré en primavera, las de tela vaquera con lentejuelas de colorines y perlitas de madera. Me encantan, pero temo que me hagan daño al estrenarlas.
Esteba deseando ponérmelas, y no he visto mejor ocasión.
Cojo el bolso, reviso que estén todas las cosas dentro y bajo las escaleras de dos en dos, casi saltando. Tengo que admitir que estoy algo nerviosa...
Vale, estoy muy nerviosa, como si fuera la primera vez que quedo con un tío a solas. Miro el reloj, las cinco y media. Esperaré cinco minutos, quizá diez. Es bueno hacerle esperar.
****
El dulce de leche de mi helado sabe mejor cuando voy paseando al lado del mar con Alex a mi vera.
Probablemente si a este momento le cambiáramos mi acompañante, el helado no sabría tan bien, aunque quizá mi bienestar no sea precisamente por el helado.
Gente paseando a perros, bañistas, ancianos, chicas alemanas buscando alguien con quien pasar un buen rato.
-Vamos a jugar a un juego.-suelta Alex de repente, sin ton ni son.
-Sorpréndeme.
Alex mira su bolsa de gominolas y luego me mira.
-Tengo cinco chuches. Yo te haré cinco preguntas sobre ti. Cada vez que tengamos algo en común te daré una, cuando seamos diferentes me la comeré yo.
-Me gusta.- le digo mientras le pongo cara de pícara.-Me resulta un reto, pero que sepas que a mi no me gustan las verdes.
Coge una roja y me la mete en la boca sin decirme nada.
-¿Y esta de regalo?
-No, es que a mi tampoco me gustan las verdes.
Reímos.
-Veamos...
-Usted pregunte.-le digo bromeando.
-¿Madrid o Mallorca?
Suspiro. Difícil decisión.
-Por mucho que me guste Mallorca, Madrid es mi tierra aunque nací aquí. Allí tengo a mis amigos, parte de mi familia ...
Se come una sin pensarlo.
-Que sepas que cuando acabe el verano habrás cambiado de opinión.- me dice muy serio.
-¿Ah sí? ¿Y eso por qué?- le miro haciéndole la contraria con la mirada.
-Por qué sí. Ya lo verás.
-Muy bien, ya lo veremos. ¿Siguiente pregunta?
Suspira, me hace gracia su cara.
-¿Playa o piscina?
-¡Playa, sin duda!
Me mira y se ríe.
-Lo siento, otro punto para mí.
-¿Me estás diciendo que te gusta más el agua con cloro que te estropea la piel y el pelo?- le pregunto extrañada.
-Sí, porque en la playa hay algas y arena. No mola que se peguen.
-Tiquismiquis- le digo mientras me acabo el helado, del que solo queda el cucurucho.
-¿Vespa o Harley?
-Vespa, pero las Harley también me encantan- le digo después de tragarme la punta del cucurucho.
Se come él otra gominola. Reímos.
-Bueno, última pregunta y definitiva. Si te comes tú esta gominola habrás ganado todo el juego, las demás no contaban.
Me intriga el saber qué quiere preguntarme.
-A ver, dime.
Se para en seco y me mira a los ojos, estando a menos de cinco centímetros de mi.
-¿Me quieres?
Se me encoge el corazón.
Querer. Querer. En tan poco tiempo. Querer. Estoy entre la espada y el corazón.
Por una parte querer significa tener que sufrir cuando acabe el verano. Por otra, querer significa tener una nueva experiencia, y aunque a penas le conozco, ningún chico me había hecho sentir así.
El sol se está yendo, ya han pasado dos horas desde que me ha venido a buscar. Es el atardecer más hermoso que he visto en mi vida. El mar y mi pelo bailan al son del viento, que juega filtrándose por el cuerpo de Alex y el mío. Este momento tiene un encanto especial, casi como en una peli, y la verdad es que decirle que no le quiero lo estropearía todo, y a decir verdad, le mentiría a él y a mi misma.
Por fin me animo a contestarle, algo insegura. Sonrío. Él parece nervioso. Yo también.
Tiene la última golosina de fresa en la mano, mi favorita. La cojo y me la llevo a la boca, contestándole a su pregunta.
-Sí Alex, parece increíble pero sí, te quiero.
Hace una media sonrisa. Me aparta el pelo de la cara y me besa delicadamente.
Mueve los labios despacito, parece que fuera a tener cuidado de no romperme.
Me hace sentir la más maravillosa sensación de levitar, y además sabe a azúcar. Su beso tímido se vuelve cada vez más rápido, más duradero. Por la calle ya no pasa nadie, ni un alma.
Su mano se encuentra con la mía, la coge mientras con la otra baja por mi espalda y se para en la cadera.
Algo nos hace separarnos de repente. El fuerte ruido de un coche que se acerca hacia nosotros nos asusta a los dos.
El vehículo es descapotable y negro, y lo que se le pasa a una persona por la cabeza cuando oye esas dos palabras es un BMW precioso y de último modelo. Pero en este caso no. Es feo, realmente feo y estropeado. El ruido del motor da la sensación de que va a estallar en cualquier momento. Sin embargo, no le hace justicia las pintas del conductor y sus acompañantes.
Son todo hombres, exceptuando a una morena que debe de tener nuestra edad.
La había visto bailar en la verbena y Elena me había hablado de ella. Ana Cristina, sin duda es ella.
El coche reduce la velocidad al pasar por delante nuestro.
No me gustan nada las pintas de Ana Cristina ni de los hombres que van con ella, ya que todos deben de sacarle unos diez años, pero en realidad solo uno de ellos me pone los pelos de punta. Su mirada fría me atraviesa como un cuchillo, y su media sonrisa malévola me da miedo, mucho miedo. Me aferro a Alex con fuerza y el coche se va dejándonos atrás.
-Vamos, te acompaño a casa.-me dice él después de besarme, intentando tranquilizarme.
Supongo que hay cosas que no se pueden remediar, como que haya gente así por el mundo. Suerte que iba con Alex, porque probablemente no lo hubiera contado.