Toda persona de hoy en día sabe que la vida no es de color rosa, ni azul, ni verde, ni amarilla. La vida es negra, como el carbón. Puede haber momentos grises, e incluso blancos, pero después de esas épocas todo acaba siendo la misma mierda de siempre.
Me presento. Soy Marcos, tengo diecinueve años y en toda mi vida lo único que he hecho ha sido intentar ser feliz, en vano.
Cuando era pequeño mi padre murió, nos dejó a mi madre y a mi una grandísima herencia, pero un gran vacío. Ella, mi madre, me ha cuidado tan bien como ha podido, pero yo sé que no estaba bien, y nunca lo ha estado desde que mi padre nos dejó.
He estado enamorado, enamorado de la persona más horrible que puede haber, la que más daño me ha hecho, y la única suerte que he tenido en toda mi vida ahora está tumbada en una camilla en frente mio, inmóvil, dormida. Y yo veo como la vida se le apaga poco a poco... por mi culpa.
Ese mismo día, horas antes.
Paseo sin ningún problema por la calle. La tarde está tranquila. Voy a comprar algunas cosas que me ha encargado mi madre, pero ya vuelvo a casa.
Hace fresquillo. Cuando llegue … veré una película quizá, no tengo muchas ganas de salir.
De repente, y sin que ella se de cuenta, veo a Elena pasear con sus amigas, riéndose. Sonrío débilmente y sigo mi camino. Paso por al lado de ellas y la vuelvo a mirar de reojo, ella me corresponde seria.
Es la chica más guapa que hay en el mundo, siembre ha sido así y siempre lo será. Lo pensaba incluso cuando salía con Ana Cristina, que Elena tiene un físico especial. Cuando pasa de largo me giro y me fijo en el contoneo de su cuerpo, siempre me ha encantado esa graciosa manera de moverse. Y su pelo, tan rubio, tan hermoso...
Me giro de nuevo, pero en vez de seguir recto caigo al suelo y me pego un golpe en las costillas contra las losas de la calle. Veo como mi long sale disparado y la poca gente que pasa por ahí, me mira. También oigo risas.
-Mira por dónde vas...-me dice un hombre vestido de negro, alto, feo. Y le reconozco. El hermano mayor de Ana Cristina, y algunos más de los Latineros.
Me giro hacia Elena, que me mira con ternura. Vacila un momento y luego viene corriendo a ayudarme. Se arrodilla en el suelo y me ayuda. Me sangra la rodilla un poco.
-Vete- le susurro con frialdad. Para de taparme la herida con un pañuelo y me mira seria.-Que te vayas, Elena …
Sus ojos despiertan rabia, e incredulidad. Los míos intento que estén neutros, pero sé que mi corazón lleva agradecimiento, amor, tristeza, pero solo intento protegerla.
Se levanta rápido, pero cuando quiere irse con sus amigas uno de ellos le corta el paso.
-No, ¿por qué se tiene que ir? Encima de que te ayuda, eres un desagradecido …-comenta el que la tiene retenida, con cierto tono sarcástico.
-¡Dejadla en paz!- digo levantándome.
Se ríen de mi, y de mis gemidos de dolor. Miro a Elena, y noto como una lágrima de rabia se resbala por sus mejillas, llevándose gran parte del maquillaje.
Ya no hay nadie en esta calle, y las amigas de Elena se han ido asustadas. Parece mentira...
-Venga, vamos a jugar un rato anda...
El chico que la tiene cogida le desliza la mano hasta el trasero.
-¡Ni se te ocurra, imbécil!- le digo abalanzándome sobre él.
Le agarro de la camiseta y le pego un puñetazo en el vientre, pero los otros dos que van con él no tardan mucho en cogerme, mientras que el otro va a pegarme.
Me abofetea varias veces, me da patadas en las espinillas, y me estira fuerte de mi pelo largo, del que siempre se han burlado.
Veo como se ríen mientras me torturan, pero de repente algo le da una patada en la entrepierna y le agarra del cuello por detrás.
Veo las finas y delicadas manos de Elena defenderme. Le aprietan la garganta con todas sus fuerzas, mientras le pega patadas lo más fuerte que puede.
-¡¡Elena, vete!!- le grito asustado.-¡¡Corre!!
Pero antes de que a ella le de tiempo a irse, uno la agarra por los brazos y la tira al suelo con fuerza.
Oigo un grito de dolor y miedo, y veo como hace tropezarse a la persona que le ataca. El hombre hace dos de ella. La miro, le grito, intento protegerla. Pero de repente, el que tenia el cuello entre las manos de ella hace un segundo, ahora estampa una botella de cristal contra su cráneo, y veo como su pelo poco a poco se tiñe de rojo, mientras los tres cobardes escapan.
-¡Corred, vamos!- les oigo decir.
Me arrodillo al lado del cuerpo inmóvil de mi niña y la cojo entre mis brazos. Me siento impotente, asustado. Le grito, le doy pequeños golpes en la cara con la esperanza de que se despierte. Lloro, lloro más. Mis manos están ensangrentadas, y acarician su pelo.
Pido ayuda, pero el tiempo se ha parado y parece que nadie me escucha. Y lloro, y la llamo. Elena, Elena. Vuelve conmigo.
****
Y ahí he estado hasta que llegó ayuda...
Me han curado las heridas leves y ya no me duelen, pero nadie es capaz de curarme el dolor interno.
Ahora es cuando realmente me doy cuenta de que quiero a Elena, y del daño que le he hecho a la persona más importante de mi vida. Si sigo aquí ha sido gracias a ella, ya no solo por defenderme hoy, sino porque ella me ha dado fuerzas.
Y ha dado su vida por mi. Ha sido muy valiente, no sé si yo hubiera sido capaz de hacerlo. He intentado protegerla, pero no he podido...
Y no sé cuando podré agradecérselo. No quiero que se le escape la vida sin antes saber que se merece todo lo que un Don Nadie como yo es capaz de darle, y lo que no también.
De lo que estoy totalmente seguro es de que esos imbéciles me las pagarán, uno a uno. Esto no quedará así, por Elena, lo juro ...