Fotógrafo: Miquel Mas Fiol.
Y que me cuentas del tiempo que pasa en tu pestañeo y que me trae por esta calle de amargura y de lamentos …
Sé que no me pega nada escuchar Estopa, a mi, el chaval más pijo que pueda haber, pero esta canción me llega, me motiva, me desahoga, me hace llorar, me hace reír y me recuerda a mi mismo.
Mi escritorio está desordenado, con papeles y folios, lápices, carboncillos y gomas de borrar.
Tengo una obsesión, algo exagerado.
Mi lápiz dibuja cada parte de su cuerpo, pero no hace justicia a tanta belleza que desprende Lali. Mi Lali.
Es la primera vez que pinto a una persona sin fijarme en su vestimenta.
Su pelo, sus labios, sus ojos en primer plano. Sus dedos, sus caderas y sus pechos bajo esa camiseta transparente que llevaba el día en que la conocí, incluso los poros de su piel son perfectos, y he dibujado todo muchísimas veces pero ningún dibujo es igual que ella. Entonces la anhelo.
Me acuerdo de esta tarde, de la manera que tiene de reírse de las cosas, de mi y sobretodo, de ella misma, y no sé hasta que punto eso es un defecto o una virtud. En cualquier caso, me encanta ...
Que yo sé que la sonrisa que se dibuja en mi cara tiene que ver con la brisa que abanica tu mirada. Tan despacio y tan deprisa, tan normal y tan extraña, yo me parto la camisa, como Camarón.
Tú me rompes las entrañas, me trepas como una araña, bebes del sudor que empaña el cristal de mi habitación, y después por la mañana despierto y no tengo alas. Llevo diez horas durmiendo y mi almohada está empapada. Todavía ha sido un sueño muy real y muy profundo. Tus ojos no tienen dueño porque no son de este mundo. Que no te quiero mirar...
Pero yo sí, yo sí te quiero mirar, y me atrevo a ser ese dueño de tus ojos, ese que aun no tienes. Ese dueño que te parta la boca a besos y pueda fusionarse contigo. El que te abrace cuando lo necesites y se ría cuando hagas el tonto, pero sé que no podré.
Ai, mi Lali … cuánto la extrañaré.
A veces me pregunto si realmente la quiero tanto porque sé que no la podré tener durante mucho tiempo más. Me vuelvo vulnerable ante esa idea, mi corazón se transforma en blando y frágil. Ella me da fuerza, y cuándo se vaya no sé que haré.
Suelto el lápiz y me levanto de la butaca, intentando huir de esos pensamientos. Me quito la camiseta y me tumbo en la cama de golpe. Cojo la cámara de fotos de encima de la mesa y la enciendo. Miro las que nos hemos hecho hace unas horas.
En la primera, que es la ultima que le he hecho, está despeinada, de espaldas, mojándose los pies en la orilla de una cala en la que solo estábamos nosotros. Se ríe a carcajadas. Le he hecho creer que he borrado esta foto porque a ella no le gustaba, pero en mi opinión está preciosa. La miro, oigo su risa de ese mismo momento en mi imaginación, esa tan peculiar y con la que, de vez en cuando, parece un cerdito. Pero me encanta. Entonces sonrío al recordarla en frente mía bailando la Macarena, y parezco un idiota.
¿Parezco? No, lo soy. Todos somos idiotas cuando nos enamoramos. Nos volvemos unos románticos y, como diría Marcos, unos maricones.
Sacudo la cabeza mientras sigo riéndome y paso la foto.
Dos caras, la mía y la suya. Ella se ríe y yo le doy un beso en la comisura del labio, abriendo mucho los ojos y poniendo morros de pato.
Entonces me doy cuenta de lo increíblemente diferentes que somos físicamente.
Ella con el pelo largo y liso, morena y con unos increíbles ojos negros. La piel dorada a causa del sol. Los labios finos y los dientes, perfectos.
Sin embargo, yo, con mis rizos rubios y cortos, con los ojos claros y pequeños, mi piel pálida y algo pecosa y los dientes … bueno, los dientes también perfectos, pero me quitaron los aparatos hace dos meses, así que no cuenta.
Keep Holding On, de Avril Lavigne, suena ahora.
Subo el volumen del reproductor de mi portátil y salgo al balcón. Miro el reloj de mi muñeca. Las tres y media de la madrugada.
Debería acostarme. Debería.
Entro y cojo del cajón un paquete de tabaco que me regaló mi amigo Pedro antes del verano por mi cumpleaños.-Ten, esto para que no haya incidentes emocionales, y esto para que no empecemos el curso que viene con mini Alexitos de más. Que si uno ya es un coñazo...- me dijo mientras me entregaba el tabaco y un paquete de seis preservativos. Entonces yo me reí, le pegué un puñetazo en el hombro y le contesté -¿Solo seis? Nene, seis son pocos para una noche.
Tíos teníamos que ser.
En fin. Abro el tabaco, que no suelo utilizar mucho porque realmente no me gusta, pero en momentos de aburrimiento o desesperación, o de paranoia o comidas de cabeza, lo abro y me fumo uno, o en un caso extremo, dos.
Apoyo los codos en la barandilla e inhalo el humo poco a poco, y entonces vuelvo a pensar en ella, en su mente de niña y su cuerpo de mujer. Suspiro y suelto el humo por la boca y la nariz.
Un escalofrío me recorre la columna vertebral y entro dentro. Me siento delante del ordenador y abro el Messenger.
Diez conectados. Son muchos para estas horas. Los miro y solo hay uno que me llama la atención.
Gabi. La pequeña Gabriella. Se me encoje el corazón.
Abro su ventana sin saber por qué.
Me pongo mal, realmente mal. Esa historia me toca la fibra sensible, nuestra historia. Cada vez que me acuerdo de ella me siento un imbécil, un niñato.
Empezamos hablando por el Messenger, me caía bien, y me gustaba bastente, y al parecer, yo a ella más de la cuenta. ¿El problema? Le saco cuatro años.
El caso es que, una noche de las fiestas de mi pueblo, hará un año, me emborraché como ninguno, y ella estaba allí, con sus amigas. Yo me acerqué a ella y me lanzaba todo el rato, pero ella se apartaba, obviamente. Entonces, de repente ella desapareció un momento.
Yo no estaba en mi sitio y Carla, una … chica de mi instituto, se me acercó, con algunos cubatas de más y se me lanzó justo en el instante en que Gabi volvía.
Quise ir a por ella al verla llorar y correr, con sus amigas detrás, pero Carla no me dejaba ir.
Meses después todas sus amigas seguían mirándome con cara de desprecio, y ella … bueno, ella ni me miraba, y eso me mataba.
Había dejado de hablarme totalmente cuando yo le insistía por el Messenger y le pedía perdón, había dejado de sonrojarse cuando le sonreía, ahora me miraba a los ojos y se le borraba la sonrisa.
Le había hecho daño a la persona que me daba alegría cuando me cruzaba por los pasillos y me guiñaba un ojo, tan inocente y divertida.
Veo como se desconecta y me la imagino en su habitación donde tantas veces la vi detrás de la webcam, con su pelo castaño y corto y sus ojos grandes y oscuros. Una gran persona diciéndole adiós al mundo, por hoy. Y entonces me gustaría volver a pedirle perdón, pero es tan tarde …
Apago el ordenador y voy a meterme en la cama cuando me llega un mensaje al móvil.
“Solo tú puedes darle alegría a mi cuerpo sin bailar la Macarena. Buenas noches, bueno, madrugadas. Te quiero”
Sonrío y vuelvo a poner cara de imbécil enamorado. Sin duda, ella, lejos de lo de mis padres y de lo capullo que pueda llegar a ser, me cura las heridas a me hace ser feliz. Ella, mi Lali, me da vida.